martes, 27 de abril de 2010

Memoria sensitiva: olfato

Juan José se despertó tarde aquella mañana de los últimos días de abril; había apagado el despertador y lo había tirado lejos. Corrió al baño para darse una ducha y afeitarse antes de ir a la facultad, era en vano hacer las cosas apurado: ya era tarde.
Se tomó su tiempo para desayunar. Preparó café con leche acompañado de unas galletitas con mermelada de durazno ambientado con música spinettera.
Lo esperaba una mañana pesada. Una de esas materias que todos conocemos: cargadas de teoría, cargada de profesores aburridos y cargada de cargosos.
Buscó monedas en la vasijita de barro en la que su madre coleccionaba en grandes cantidades y vio a su papá asomarse por la puerta de la cocina.
-Apurate que te llevo.
La gloria.
Distraído en el auto, hablando con A., su padre, Juan Francisco discutía sobre política, miraba por la ventanilla a las señoras haciendo gimnasia alrededor del hospital, pensaba en que no había leido los textos para la jornada, disfrutaba un poquito del sol que estaba empezando a salir, se mordía las uñas, le picaban los ojos.
Inmerso en una somnolencia especial lo olió. Olió su perfume.
Se refregó los ojos y suspiró...
Se extrañó y frunció el seño.
¡Sí, era su perfume! ¡Su perfume!
Miró por la ventanilla, buscando alguna señal, esperando verla cerca dispuesto a saltar del auto en movimiento para ir a encontrarla. No había nada, salvo su padre hablando sin hablar.
Pero el estaba seguro de tener su olor en todo el cuerpo. En las manos, en la espalda, en la cola, en la mente. ¡No cabía duda que su olor estaba en todas partes!
Y lo que duró el viaje en auto duró su amor. Se sentía enamorado de vuelta, envuelto en recuerdos que le había traido ese aroma misterioso, ese aroma a mujer. Cerraba los ojos y se sentía caminando de la mano de ella por aquellas callesitas entre Flores y Caballito. Las tardes en la Biblioteca Nacional y los Museos. Cerraba los ojos y la olía mientras hacían el amor. Cerraba los ojos y escuchaba su risa. ¡Otra vez su corazón galopaba a ritmos apabullantes! ¡No estaba muerto!
Cerraba los ojos, y ella. Después de tanto tiempo.

Qué maneras más curiosas de recordar tiene uno.

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