miércoles, 21 de julio de 2010

Subte: línea A

Antes de subirse al subte lo miró. Lo amaba con todo, absolutamente todo su alma. Había olvidado lo que era tenerlo al lado.
Lo miró irse, despasito con su caminar petiso. Y pensó que era con él con quien se quería casar si es que alguna vez le daban ganas y que era con él con quien quería tener hijos si alguna vez le daban ganas.
Subió al tren y se sentó. No tenía su amor, pero sonreía como un idiota enamorado.

martes, 27 de abril de 2010

Memoria sensitiva: olfato

Juan José se despertó tarde aquella mañana de los últimos días de abril; había apagado el despertador y lo había tirado lejos. Corrió al baño para darse una ducha y afeitarse antes de ir a la facultad, era en vano hacer las cosas apurado: ya era tarde.
Se tomó su tiempo para desayunar. Preparó café con leche acompañado de unas galletitas con mermelada de durazno ambientado con música spinettera.
Lo esperaba una mañana pesada. Una de esas materias que todos conocemos: cargadas de teoría, cargada de profesores aburridos y cargada de cargosos.
Buscó monedas en la vasijita de barro en la que su madre coleccionaba en grandes cantidades y vio a su papá asomarse por la puerta de la cocina.
-Apurate que te llevo.
La gloria.
Distraído en el auto, hablando con A., su padre, Juan Francisco discutía sobre política, miraba por la ventanilla a las señoras haciendo gimnasia alrededor del hospital, pensaba en que no había leido los textos para la jornada, disfrutaba un poquito del sol que estaba empezando a salir, se mordía las uñas, le picaban los ojos.
Inmerso en una somnolencia especial lo olió. Olió su perfume.
Se refregó los ojos y suspiró...
Se extrañó y frunció el seño.
¡Sí, era su perfume! ¡Su perfume!
Miró por la ventanilla, buscando alguna señal, esperando verla cerca dispuesto a saltar del auto en movimiento para ir a encontrarla. No había nada, salvo su padre hablando sin hablar.
Pero el estaba seguro de tener su olor en todo el cuerpo. En las manos, en la espalda, en la cola, en la mente. ¡No cabía duda que su olor estaba en todas partes!
Y lo que duró el viaje en auto duró su amor. Se sentía enamorado de vuelta, envuelto en recuerdos que le había traido ese aroma misterioso, ese aroma a mujer. Cerraba los ojos y se sentía caminando de la mano de ella por aquellas callesitas entre Flores y Caballito. Las tardes en la Biblioteca Nacional y los Museos. Cerraba los ojos y la olía mientras hacían el amor. Cerraba los ojos y escuchaba su risa. ¡Otra vez su corazón galopaba a ritmos apabullantes! ¡No estaba muerto!
Cerraba los ojos, y ella. Después de tanto tiempo.

Qué maneras más curiosas de recordar tiene uno.

lunes, 12 de abril de 2010

(Re) Génesis

S. descubrió un sentimiento que venía amazando desde temprano y reventó con una pequeña desilusión a la que no le dio mucha importancia.
Descubrió las ganas de romper que tenía.
Romper.
Un gran gran amigo, A. O., le comentó una vez que le encantaba la palabra "romper" y que en esos momentos necesitaba romper con muchas cosas. Y así, recordando esas palabras, se sintió S. esa noche de abril.
Romper con muchas cosas, claro. Romper con las relaciones y los pensamientos estériles, vacíos de contenido. Romper con estructuras ordenadas y actitudes adultas, y alimentar sueños pueriles. Romper con una sociedad podrida. Romper con el odio. Romper un plato. Romper con la gente con la que imaginó hilos rojos. Romper las pelotas.

Porque S. después de que rompió, reconoció que inmediatamente viene la mejor parte: la de la creación. La potencialidad de la creatividad, que no es sólo un don del artista sino una esencia del ser humano, que se rompe para volver a nacer.

sábado, 10 de abril de 2010

Final del juego

Tomaron el 20 para volver. Ya era tarde, un martes a la madrugada y Juan José estaba muy lejos de su casa (aunque eso era lo de menos).
Sin hablar mucho, M. se recostó en las piernas de Juan y él le acariciaba la espalda. Verla dormir era hermoso. Todo en ella era hermoso esa noche.
Venían de un recital de una banda de percusión. Habían bailado y se habían besado tanto.
Después vino el llanto. El llanto de la culpa eterna por haber hecho el amor con Juan estando de novia. Un llanto lleno de amor y de miedos, y de determinismos.
Por eso durmió tanto en el bondi (que por cierto sería el último que compartirían), por el llanto. Y por las cinco cervezas que se habían tomado.

viernes, 9 de abril de 2010

Y lo que quiero es que pises sin el suelo

Mientras Carlitos tomaba mate y comía galletitas de agua con dulce y queso, R., su madre le comentó:
-Creo que voy a dejar de estudiar, tengo miedo de no poder.
C. plantó el mate en la mesa con un golpe. La miró fijo y enseguida juntó las cejas.
-¿Miedo?
-Sí, no creo que pueda.
C. le comentó, entre enojado y comprensivo, que últimamente (contando desde noviembre del año pasado) ha tenido una atracción de energías y de gente muy cobarde y que estaba harto de estar rodeado de gente así. Que el miedo no la iba a llevar a ningún lado, que sólo la estancaría en los problemas, en las inseguridades y que el problema era puramente interno.
Su mamá, R., lo miraba sin decir nada.

Probablemente C. haya aprovechado la situación para expurgar pasiones, broncas recientes.
Probablemente haya depositado en su madre energías propias, pero el viernes a la noche, escuchó, mientras se despertaba de la siesta, cómo su madre agarraba los apuntes y cerraba la puerta para ir a la facultad.

Círculo vicioso

S., leyendo un libro de Microrrelatos del NOA que su amiga A. le había regalado hace un tiempo atrás, recordó papeles que había escrito, unos microrrelatos propios.
De esta manera, S. decide crear un blog donde publicará microrrelatos, viejos y encontrados y nuevos por venir.